martes, 25 de marzo de 2014

Oscar Guaramato "Gran Cuentista Venezolano"

Oscar Guaramato nació en Barcelona, Venezuela, en 1916. Fue un notable cuentista, y ejerció el periodismo con sabiduría. Formó parte de la generación venezolana del 40. Publicó Biografía de un escarabajo (1949); Por el Río de la calle (1953); La niña vegetal y otros cuentos (1956); entre otros. Fue Premio Municipal de Literatura 1957 con la obra La niña vegetal , en el género: Prosa. El hermoso cuento de navidad, Jesús, José y María que recrea de manera particular a la sagrada familia, pertenece al libro Cuentos en Tono Menor, editado por Monte Ávila Editores en 1969.


Uno de los grandes cuentos de Oscar Guaramato:

Jesús, José y María

Al llegar a la cuesta, el asno apresuró la marcha. María buscó acomodo en la montura y miró hacia el hombre. El polvo y el sudor pintaban duros rasgos en el rostro de José. La barba ensortijada parecía ahora una atado de hierbas resecas. María bostezó y el ruido leve al respirar hizo que el hombre la mirase.
- ¿Cansada?
- No
- ¿Sueño, entonces?
- No. No siento sueño.
El hombre cambió de una a otra mano el rugoso bordón. El asno había terminado de subir y ya en la meseta condicionó el trotecillo al hilo del camino.
- Sí murmuro el hombre-.
Debes estar cansada. Hemos dejado atrás un pueblo y tres aldeas. También un río.
María comentó: -
Suerte tuvimos al encontrar el río. Estaba sedienta. También tú. Y éste palmoteó sobre el lomo del asno, éste no hubiera resistido mi carga, así como estaba... ¿Observaste cuánta agua bebió? Bueno, ahora es noche y el aire es fresco. Esta mañana casi me ahogo con tanto polvo y tanto sol.
-El pueblo no está lejos.
En los ojos de María hubo un parpadear de inquietud:
- ¿Encontraremos posada? En el otro pueblo y en las otras aldeas por donde pasamos, no encontramos.
José no respondió. Registró en el interior de una bolsa de fibras y sacó un trozo de pan. Mordió un pedazo. Miró a Maria –blanda de luna, húmeda de frío. Ella sintió el masticar del hombre y preguntó, sin mirarle:
- ¿Qué comes? Parece que comieras hojas secas, o cortezas de árboles. ¿Qué comes, José?
- Estoy comiendo pan. ¿Recuerdas, cuando salimos, al hombre que cargaba la ovejita?
- ¿La ovejita con la pata quebrada?
- Sí. Ese. El mismo que me dijo: - !Qué bonita correa, señor¡ ¿La cortó usted?
- Ah…
- Comprendí que sería feliz llevándola y se la di: Al despedirnos, él me dijo:
- ¿Quiere una de mis ovejas? Pero no podíamos llevar también una oveja con nosotros al lugar donde vamos, y le respondí: “Mucho agradezco señor, su ofrecimiento, pero he aquí a María, mi mujer, que pronto tendrá una hijo, y piénsela cuidando a un tiempo a su niño y al asno y a la oveja”. Y él, sin desmayar en su empeño por retribuirme el regalo, respondió: - “Entonces le daré un pedazo de queso y un pan”. Queso de oveja y pan de pastor, ¿quieres?
En ese instante el asno tropezó un pedrusco y María estuvo a punto de caer. José alzó el bordón para castigar el animal pero María plumón de brisa, rama de rocío había mirado y el hombre apagó su ira y sólo fustigó con palabras:
- ¡Vamos burrito, vamos, vamos!
Adelante, bajo la claridad lunar, emergían las primeras casuchas del pueblo.
Y por todas las calles deambuló José en busca de albergue. Y en todos los sitios le negaron posada. Y sucedió que en la casadel viejo Tobías había festejos por la boda de su hija. Y cuando llego José y suplicóle cobijo, el viejo se enterneció y ofreció a los forasteros la parte trasera de la casa. Y era aquel lugar donde amontonaban los toneles inútiles, las sillas rotas y el pienso de las bestias. Y en el pesebre nació el niño. Y el niño se llamó Jesús.
Era ya neblina de madrugada cuando uno de los invitados salió al patio y oyó el llanto del niño. Y llevó la nueva a los que festejaban. Y todos desfilaron ante el niño. Y todos preguntaban su nombre. Y hubo una mujer que obsequió a María un racimo de uvas y otra que trajo carne de cabra asada para José. Y cuando todos regresaron a la fiesta y María quiso dormir, llegaron tres hombres: rubio, uno; moreno, el otro, y negro el tercero.
Y dijo el negro:
- Toma, para tu niño
- Y dio a María un pomo de ungüentos olorosos.
Y dijo el moreno:
- Toma, para tu niño.
- Y dio a María un pájaro de siete colores.
Y entonces el blanco llamó aparte a José y le dijo:
- Tú vienes de un pueblo lejano. Yo voy a un pueblo lejano. Tú no posees ni una mísera pieza de plata para dar techo limpio a tu mujer. Yo te daré oro
- ¿Oro? Balbuceo José. ¿Me darás oro?
- Sí, te daré oro reluciente. Oro que nunca has tocado con tus manos.
José miraba el blanco, los ojos de añil, el cabello amarillo, el pecho de gladiador.
- ¿En verdad me darás oro?, preguntó de nuevo.
- Ya lo has oído
Jesús, el niño, lloraba junto a la lumbre del amanecer. El hombre blanco sonreía en la bruma. José preguntó, una vez más:
- Y… ¿a cambio de qué tu me darás oro?
La sonrisa del blanco llenaba toda su faz.
- He dicho que voy hacia un pueblo lejano. He caminado durante días. Mis pies ya no resisten. Yo te doy mi oro y tú me das tu asno...
En los brazos de María goteaba el llanto del niño. “Es el frió del amanecer”, pensó José. El hombre blanco se impacientaba. José miro a María, gacela de ámbar, tamborín de miel, y dijo de repente:
- Trato hecho
- Toma tu oro
La pieza brillaba en sus manos como un pequeño sol. Y en una sus caras había un ave con el cuello torcido. Y José observó: “Es una ave de presa”
El blanco montó sobre el asno y los otros le siguieron. Sobre el pesebre correteaba el alba. Una semana después, José Calcurián y María Cumare llegaron a Cabimas. Y era Cabimas lugar donde reuníanse mercaderes de extrañas latitudes. Y uno de ellos, un sirio jorobado, trocó el dólar oro por monedas de plata. Y, en las manos de José y María, eran las piezas como pequeñas lunas, donde un potrillo blanco corría sin descansar. Y entraron en la tienda de un mercader árabe y compraron a Jesús un venado de estambre y cuatro camisitas de seda artificial...

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